Una herencia de siete generaciones ha hecho de éste el bourbon más vendido en el mundo. Comenzó su historia como muchos otros, de la mano de un individuo en busca de fortuna en aquel recién independizado Estados Unidos. En 1788 Jacob Beam, proveniente de la familia alemana Boehm, emprendió camino a Kentucky, entre otras cosas, cargado con un alambique de cobre. Como muchos otros se dedicaba principalmente a la granja, y dados los grandes excedentes de grano de maíz en aquella época, había que buscar una solución rentable para la misma. Y no había como convertirla en whisky, claro.
Comenzó produciendo con su propia herramienta un whisky de mezcla de centeno, malta y principalmente maíz, vendiendo por primera vez en 1795. En 1820 traspasó a su hijo David todos sus secretos. Era la época de la consolidación de la incipiente industria norteamericana. El transporte de muchas mercaderías se vio favorecida por nuevas obras para la navegación del río Misisipi.
El tercer eslabón de la familia, David M. Beam, trasladó la destilería al Condado de Nelson en donde podía aprovechar las primeras vías férreas del Estado. En ese momento es cuando entra a participar a sus treinta años, el hijo de David, James “Jim” Beauregard Beam, quien se mantuvo cerca del proceso de destilación durante más de 50 años. A él le tocó lidiar con los catorce años de la “ley seca”, algo que aprovecharon para mudarse de rubro, hacia los cítricos y el carbón.
Pero “Jim” volvió a destilar apenas terminados los años de prohibición para refundar la compañía bajo el nombre de “James B. Beam Destilling Co.”. Murió en 1947 a los 83 años. Y la historia continúa hasta hoy, de la mano de Frederick Booker desde el año 1957, siempre en la misma “cocina” que sus antepasados.
Su producto estrella es el Jim Beam Black con 8 años de añejado, el doble de lo usual, en barriles de roble americano carbonizados. Una nariz con varios tonos herbáceos y acaramelados.
